Benasayag y el papa

 
 
 
 
 
 

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Benasayag y el papa: la singularidad de lo vivo

Antes de morir, el papa también estaba preocupado por la singularidad de lo vivo. Además de presentarse en la Feria del Libro y en nuestra Editorial, en este último tiempo, Miguel Benasayag se encontró por esto con él. Es una de las derivas del fuerte impacto que sus obras tuvieron en el público, según rastrea Benasayag, desde la aparición de Chat GPT frente a las masas. Algo entonces se desató e instó a preguntarse por dicha singularidad, por el humanismo y, al final, por la vida tal como la presuponemos. La preocupación parece estar tan extendida que desde el vaticano buscan respuestas heterodoxas al problema inaudito que las máquinas hoy nos plantean.

 

Le dije –cuenta Miguel– que lo que hay que salvar no puede ser el alma. La frase, comenta el propio emisor, presuponía que enfrente tenía a un dinosaurio. Pero Francisco contestó como Bergoglio, el chanta de Flores, muy, muy piola, que dijo: para eso te llamamos. Es un extraño mundo este donde la fe, encarnada en sus más altas instituciones, tenga una crisis generada por el desarrollo técnico y científico para el cual convoca, a su vez, científicos de otras áreas para hacerle frente al problema.

 
 
 

Son varias las contribuciones que Benasayag puede hacer en ello. La singularidad de lo vivo se enfrenta directamente al problema, así como lo hace con Ariel Pennisi en La inteligencia artificial no piensa (el cerebro tampoco)El problema puede reducirse a aquel viejo programa de las ciencias cognitivas, donde se postula una máquina lo suficientemente compleja como para emular el funcionamiento del cerebro y que, en última instancia, esta piense. A ese programa combate Benasayag. En el libro con Pennisi, esto es claro desde el titulo; no puede emularse la inteligencia con una máquina, porque esto presupone que el cerebro, qua máquina, es quien piensa. Y en La singularidad de lo vivo Benasayag va más allá; no puede siquiera equipararse un cerebro a una máquina, los principios que rigen lo orgánico y lo maquínico no son los mismos. No hay máquinas autopoiéticas, ni seres vivos que no tiendan a conservarse en su ser.

 
 

Sobre este canon sigue trabajando Miguel, y presentó hace poco novedades que siguen trabajando distintas aristas del problema. ¿Cómo actuar frente a esta algoritmización del mundo? ¿Cómo resistir a los embates de esta tecnocracia donde la humanidad tal vez no sea siquiera precisada para la explotación?

 
 
 
 
 
 
 
 

En Severance, Adam Scott, Christopher Walken y Patricia Arquette protagonizan una comedia dramática inteligente y idiosincrásica donde los cerebros de los trabajadores se separan en mitades de trabajo y mitades de hogar: tienen dos personalidades (o eso creen). En Lumen Industries se someten a un procedimiento que separa, por completo, su yo laboral («innies») de su yo doméstico («outies»). Sus empleados ingresan datos durante ocho horas al día, entran al ascensor al final y cambian al salir de ese ascensor, forman parte de un grupo conocido como la División de Refinación de Macrodatos, cuya tarea es tan insignificante como inescrutable.  Uno no tiene ni idea de qué hace el otro con su tiempo, y las ansiedades o cargas que conllevan en uno u otro modo no se transmiten al otro. Todos están supervisados ​​por el siniestro pero alegre Sr. Milchick y la aún más siniestra, pero nada alegre, Harmony Cobel. A medida que avanza la serie, Mark descubre que no todo es lo que parece con Lumon y, junto con los demás miembros de su equipo, comienza a contemplar la rebelión.

Es, supuestamente, el equilibrio entre la vida laboral y personal hecho realidad. Excepto, por supuesto, que es un poco más complicado que eso.

Mark, el protagonista, se somete al procedimiento después de la muerte de su esposa, para escapar del dolor del duelo que lo atormentaba diariamente. La mayoría de los que están en Lumon llegan por querer escaparle a algo, por no poder lidiar del todo con la vida, por encontrarla difícil y tediosa. Creen que allí habrá una liberación, que el sufrimiento no está, pero en verdad siempre está, tapado, u oculto. En definitiva, el cuerpo es el mismo, y siente de la misma forma. Hay siempre algo de lo humano, de la sensibilidad, del amor y del dolor, que a la tecnología se le escapa. La idea central de Severance es a la vez profundamente extraña y, sin embargo, demasiado familiar.

 

 

 
 
 

Los personajes de Severance —al menos, sus versiones "interiores"— no experimentan el tiempo como nosotros. Los interiores (innies) solo existen en un piso subterráneo de la sede de Lumon Industries, mientras que sus "exteriores" (outies) pueden socializar, dormir y vivir vidas “plenas”. Para los innies el mundo empieza y termina en el ascensor de la oficina, no saben quiénes son sus amigos, sus esposas, sus hijos, sus casas: ni siquiera saben si tienen algo de todo ello, ni cómo se ve el mundo exterior. Una vez que se abren las puertas, es como si nunca se hubieran ido. Un tiempo infinito, interminable, un loop.

La serie logra hacer una crítica de distintos aspectos (algunos más severos, algunos más ligeros) de la vida en el capitalismo occidental tardío. Dylan, uno de sus colegas, acumula con orgullo premios inútiles en el trabajo (por ejemplo, un cajón lleno de caricaturas de sí mismo dibujadas a mano) y aún así tiene ganas de más. El famoso premio consuelo. Una sortija que inventa el capitalismo para alegrar a los trabajadores, un paquete vacío. Las fotos de grupo, los juegos para conectar y las fiestas de oficina se abordan con una alegría obligada que secretamente yace en el corazón de todo en la vida real. Y luego está la malevolencia insidiosa de Lumen/la propia corporación estadounidense. Desde la forma en que los altos mandos de Lumon intentan distraer a los "Innies" de su esclavitud con pequeños obsequios (y ese apodo infantil), hasta los vastos y vacíos pasillos blancos por los que los personajes deambulan con tanta frecuencia. Esta es la vida corporativa en su faceta más fea y desesperanzada. Monótona, incolora, sin sabores. Quienes trabajen en una oficina seguro algunos aspectos resulten familiares: todos los personajes están inmersos en una tarea repetitiva que parece no tener ningún propósito visible, trabajando para alguien al cual no conocen. Si esto no describe el capitalismo tardío, entonces no sé qué lo hará.

El mismo sistema crea la solución y el problema. No hay reflexión sobre el dolor y sobre el cuerpo, sobre los duelos. Solo seguir, y seguir, y seguir, hasta el fin de los tiempos. Hasta que no quede un gramo de corazón. ¿Quién inventa las reglas y por qué seguimos subordinados del mundo? 

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