El encanto del tanino / Alvearismo y Justismo

Quizás la principal referencia que tenga el lector sobre La Forestal es que fue una compañía inglesa involucrada -como tantas otras- en una masacre obrera, en perfecta sintonía con las pululantes masacres que acostumbró hacer la Liga Patriótica Argentina en esos años orbitales al 1920. Pero ese es, por supuesto, sólo uno de los tantos momentos que tiene esta historia. Alejandro Jasinski lo tematiza en Revuelta y masacre en la forestal. Luego, aquel libro omitía la historia que siguió a tal masacre, una tal vez menos conocida; la historia de cómo La Forestal devino un Estado dentro del Estado

 

El rótulo puede parecer sensacionalista, pero mucho de lo que Jasinski cuenta en su nuevo libro El encanto del tanino muestra que el nombre no le queda mal. Desde el control de la emisión de la ‘moneda’ con que se pagaba al obrero (‘pagarés’ que podían utilizar en los propios almacenes de La Forestal), pasando por la organización de unas fuerzas de seguridad internas, llegando incluso a la construcción de c. 40 pueblos orbitando alrededor de 30 fábricas distintas, todo conectado por más de 400 km de vías férreas. La Forestal no llegó a ser llamada un Estado sólo porque en términos cuantitativos ostentara gran poder, sino que era el modo en que éste organizaba de un modo holístico y coherente, con un control totalizante sobre los individuos a él subordinados y el territorio donde se extendía su dominio, las capacidades específicas de un aparato estatal.

 

El período donde tiene lugar esta parte de la historia está enmarcado entre 1921-1944 (Sobra decir que el corte es, si no arbitrario, cuanto menos convencional, ya que no es tanto más difícil trazar las continuidades que las rupturas entre un período y otro. Jasinski identifica tres: la génesis, que va desde fines del siglo XIX hasta 1921, año donde se culmina la masacre. Luego, el período de desarrollo, sobre el cual trata el libro, seguido por el de crisis, que sigue a 1944). El autor identificará en tal período dos líneas de desarrollo paralelas en la operación de La Forestal: por un lado, el despliegue de su estrategia multinacional, que posteriormente iría en detrimento de la presencia de la compañía en Argentina. Por otro lado, se construyó, o al menos tal fue la intención de la empresa, el consenso social de La forestal como benefactora.  

 

Jasinski hace orbitar todo El encanto del tanino alrededor de la hegemonía construída de este modo, y anticipa ni bien empezado el libro que la cuestión está lejos de estar cerrada. A modo de ejemplo, informa en la introducción sobre un episodio ocurrido en el centenario de la masacre, cuando descendientes de los huelguistas y demás personas de la zona se juntaron a conmemorar a los compañeros asesinados. Entre los eventos estuvo incluída la construcción de un monumento a Teófilo Lafuente, primer secretario general del tanino, protagonista de aquellas luchas, así como un mural en Villa Ana en el 25° festival del quebracho. En este último, uno de los artistas invitados pidió ‘’un aplauso en recuerdo de la empresa que tanto trabajo había sabido dar en su tiempo’’

 

La pregunta de cómo se construyó esta hegemonía tiene que tener en cuenta que el período donde ello se hace sobreviene al de una brutal crisis social en el ámbito del trabajo, con lo cual todas las tesis acerca del modo en que La Forestal Benefactora fue posible tienen que aceptar, para Jasinski, que la violencia está escondida en las diversas estrategias de control empresarial; ya sea desde el más clásico paternalismo, a la construcción de una Ciudad-Fábrica donde los obreros habitan y desarrollan sus vidas. 

 

‘’¿Cómo logró reconstruir el orden que abruptamente se había desvanecido en aquel final de la década de 1910? ¿Qué métodos y recursos puso en juego para transformar los embroncados ánimos de los obreros que,en aquel clivaje histórico, se habían convencido de que podía alcanzar un mundo distinto al de la explotación sin misericordia que les imponía la empresa? ¿Cuánto del éxito se debía a la implementación de una política represiva extrema y cuánto a las nuevas estratégias que llamaban ‘’reformas sociales’’? 

 

La respuesta a estos interrogantes ocupa a Jasinski durante todo el libro, y para darla es necesario aceptar que el éxito aquì referido no se da materialmente por la implementación de una u otra estrategia política, pues no sólo ambas aparecen en aquel período de desarrollo que siguió a la masacre, sino que la misma opera como telón de fondo de cualquier reformismo ulterior. También es esperable que los vaivénes de un protoestado semejante se vean alterados por todo cuanto sucede en el contexto donde este si sitúa; ya se mencionó la importancia de la estrategia multinacional a la hora de trasladar las operaciones de la compañía a África, así cómo la resonancia epocal de la masacre con las represiones generalizadas que tuvieron lugar en aquellos años. Si no es imposible, resulta cuanto menos difícil separar el devenir de esta historia de semejantes intervenciones -u omisiones- del estado. En Alvearismo y justismo, Carlos Piñeiro Iñíguez nos ofrece un panorama de la política nacional en los años nodales de esta historia. 

 

Un primer cambio que Piñeiro Iñiguez señala entre ambas presidencias radicales es justamente la relación del estado con los obreros. Si Yrigoyen había pretendido tener ‘’una actitud mediadora para resolver conflictos reconociendo los reclamos de los trabajadores’’, es claro que tal disposición reveló sus límites internos ‘’cuando se recurrió a la represión militar en un grado inusitado incluso para los antecedentes del ‘’régimen`` conservador, como sucedió durante la huelga de los frigoríficos de 1917-1918, la Semana Trágica de 1919 y ante las huelgas de La Forestal y la Patagonia’’. La relación de la presidencia con los obreros cambia el enfoque con Alvear: ``Ciertamente, estaba lejos de aparecer como un ``caudillo popular’’ y en su discurso no abundaba el ‘’obrerismo’’; incluso cometìa gaffes llamativas al intentar algunos gestos hacia los trabajadores; pero Alvear y sus ministros del Interior buscaron una relación más estable con sectores del movimiento obrero. Dos factores, la ‘’bonanza’’ econòmica mencionada y la pérdida de peso relativo de la influencia anarquista a partir de 1919, contribuyeron a que la conflictividad laboral disminuyera durante su gestión (...) modelo que procuraba promover al fortalecimiento de sindicatos que, a cambio de mejoras para sus afiliados, contribuyesen a la armonía social’’ 

 

La historia de La Forestal, configurada alrededor de las estrategias que El encanto del tanino presenta, termina en 1944 porque entonces, otra vez, tanto el contexto local como el global cambian profundamente. Por un lado, el precio internacional del tanino se mantiene estable luego de una importante caída en el 40, luego del comienzo de la guerra, y sube radicalmente al final de la misma. Es también por esos años que una transformación en la forma que tenía de relacionarse la política estatal con la cuestión obrera se efectúa de un modo mucho más radical que hasta entonces. Las luchas sociales post-peronistas quedan por fuera de la imágen que Jasinski nos ofrece de la vida de La Forestal; se nos ofrece, más bien, vislumbrar cómo eran estas antes de que ‘’el hecho maldito del país burgués’’ las revolucionara para siempre. Del modo en que estas luchas se dieron podemos aprender más acerca de qué Argentina existió en el pasado, y, cómo bien señala el autor, también pensar un problema profundo y complejo, de absoluta actualidad: cuales son las estrategias que tiene el capital, qué formas asume la violencia empresarial, y cómo las clases dominadas pueden responder a ello.  




 

La zona de operaciones de La Forestal en Santa Fe, de Margarita al norte. Mapa: Red ferroviaria. Fuente: “La provincia de Santa Fe en el primer centenario de la independencia argentina”. Eduardo Guidotti Villafañe 1916. publicado en el grupo de Facebook “Las Forestales y sus pueblos”.

 

Producida por Pampa Film, su argumento se situó en la provincia argentina de Misiones, donde un grupo de peones mensúes se dirige hacia un yerbatal. Allí trabajarán en condiciones extremas e inhumanas, bajo la dirección de un inescrupuloso capataz, el señor Köhner (Francisco Petrone). Uno de los mensúes, Esteban Podeley (Ángel Magaña), se dispone a huir junto a Chinita (Elisa Galvé), su enamorada, hija del médico del pueblo. Cuando el capataz lo descubre comienza a hostigarlo más que nunca, la violencia comienza a recrudecer y el ambiente se va volviendo cada vez más hostil, conduciendo a la pareja a un destino trágico. El guion de la película se basó en los cuentos "Una bofetada", "El peón", "Desterrados" y "Los destiladores de naranjas", del escritor uruguayo Horacio Quiroga. La adaptación de los mismos estuvo a cargo de Darío Quiroga (hijo del escritor) y Ulyses Petit de Murat, quienes fueron los encargados de trasladar el drama social de Quiroga al formato fílmico.

Al retomar estos cuentos, Prisioneros de la tierra se inscribió directamente en lo que se ha denominado el drama social-folclórico. Este género se caracterizó por estructurar sus personajes y su entorno resaltando las dicotomías civilización/barbarie y campo/ciudad. Dentro de las posibles variantes de este género, la obra de Soffici apostó a una visión naturalista y trágica, donde el entorno del litoral argentino es presentado como un terreno de fatalismo inescapable. El trabajo del director de fotografía, Pablo Tabernero, fue fundamental para la composición visual del film y la construcción de ese ambiente. Tabernero desarrolló un juego de sombras y planos extraños que transmiten constantemente el agobio y la opresión de los yerbatales misioneros. Asimismo, el film presenta una de las más destacadas actuaciones de Francisco Petrone en el rol de Köhner, el capataz del yerbatal. En el otro papel protagónico, Ángel Magaña pasó con esta película a integrar el primer nivel del sistema de estrellas local, y su contraparte femenina, Elisa Galvé, comenzó aquí su camino a la consagración. Sin embargo, ni Magaña ni Galvé fueron las primeras opciones para sus respectivos papeles. El joven ingresó al film luego de que José Gola, protagonista de películas como Puente Alsina y Fuera de la ley y uno de los primeros impulsores de esta producción, cayera enfermo de peritonitis –muriendo pocas semanas después– a poco de comenzar el rodaje. Galvé, por su parte, fue recomendada por Chas de Cruz, quien llevaba adelante un concurso para descubrir nuevas figuras, y se incorporó como reemplazo de Delia Garcés, actriz que desistió de trasladarse a filmar a Misiones.

Desde su estreno Prisioneros de la tierra fue celebrada como un hito dentro de la historia del cine argentino, y con los años pasó a ser una referencia ineludible dentro de la tradición social y política del cine nacional y latinoamericano. Asimismo, si bien no fue la primera película nacional ambientada en el litoral, estableció un imaginario sensorial y simbólico que sirvió de base para diálogos y contrastes con producciones posteriores que retomaron esos escenarios. Las aguas bajan turbias (1952), por ejemplo, volvió a situarse en el ámbito de los yerbatales y los conflictos entre obreros y patrones, aunque aquí el destino trágico fue reemplazado por la posibilidad de un futuro mejor para los trabajadores. Por otro lado, Armando Bo e Isabel Sarli retomaron muchas veces este ambiente en films como La tentación desnuda (1966), donde el litoral se transformaba en el escenario de una creciente violencia sexual hacia la protagonista.

El film fue elegido en numerosas ocasiones como uno de los mejores de la historia del cine nacional. En nuestro país sólo existían copias de 16mm hasta que, con el financiamiento otorgado por The Film Foundation de Martin Scorsese, equipo del Museo del Cine logró restaurar en formato digital desde una copia de 35mm hallada en la Cinemateca Francesa y otra que conservaba el Archivo Fílmico Nacional de la República Checa.