El futuro del futuro: tecnologías y ¿seres humanos?

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El futuro del futuro: tecnologías y ¿seres humanos?

“En la casa de sus sueños del año 2000, la señora Tomorrow se encontrará viviendo felizmente dentro de su propia cabeza. Las paredes, los suelos y los techos serán enormes pantallas ininterrumpidas en las que se proyectará una visualización sonora y visual continua de su pulso y respiración, sus ondas cerebrales y su presión arterial. El delicado azogue de su sistema nervioso... la repentina oleada de adrenalina... las cálidas y arteriales mareas de emoción... todo esto la rodeará con un espectáculo de luces continuo”. – JG Ballard, “El futuro del futuro”

Como hace 20 años, Apple introduce un nuevo producto que nos invita a discutir el alcance de los cambios prácticos que éste puede tener en nuestras vidas. Como hace 20 años, es imposible medir a priori tal impacto. La diferencia esta vez es que los smartphones, en estos 20 años, ya han transformado las relaciones tanto sociales como con su entorno de millones de personas, con lo cual somos capaces de representarnos el tipo de cambios que este aparato pueda traer. Basta con agarrar cualquier nota o escrito al respecto para encontrar la comparación con Black Mirror. Y es que la serie británica se ha convertido en un hito conceptual y, sobre todo, en una referencia masiva para comprendernos como sujetos en el siglo XXI.

La lectura de Black Mirror y la aurora digital: nuestras vidas después del humanismo nos resulta por esto no sólo necesaria sino urgente. Claudia Attimonelli y Vincenzo Susca, sus autores, dicen de la serie:

 

es un show, un museo, una prisión, una obra de arte y un videojuego sin discontinuidad entre el exterior y el interior, el yo y el otro, lo orgánico y lo inorgánico. Este es el mundo que habitamos, donde la tecnología, los algoritmos, la inteligencia artificial y las redes sociales prevalecen sobre los individuos, aniquilando la autonomía y la racionalidad sobre las que se fundó la cultura moderna.

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La posibilidad de pensarnos a través de la serie se encuentra justificada por el hecho de que esta es un hecho social emblemático del mundo actual, es incluso una obra total, porque envuelve todo el espectro de nuestra existencia al combinar en una misma dimensión lo sensible y lo abstracto, lo real y lo virtual, el presente y el futuro. Llamativamente, cuando en 2016 Netflix, para ese entonces ya productora de la serie, quiere promocionar la serie, lo hace con un aviso fake más que cautivador: unas gafas llamadas Netflix Vista que -se suponía- permiten ver todo lo que ofrece la plataforma en cualquier momento y lugar, con sólo mover la cabeza.

El estado difuso en que se nos presenta hoy la delgada línea entre lo verdadero y lo falso es sólo comparable con la todavía más angosta que divide lo verdadero de lo verosímil. En este sentido la inteligencia artificial ocupa un lugar central en el presente y la proyección a futuro no cesa de resquebrajar la fe en nuestras propias competencias para distinguir aquello que sucedió de lo que no, como de aquello producido por una máquina o una persona. Miguel Benasayag y Ariel Pennisi son autores de un extenso diálogo que publicamos también recientemente, La inteligencia artificial no piensa (el cerebro tampoco) que inicia con una pregunta en esa dirección: ¿hay entre el pensamiento hipotético de un robot, una IA, y el de una persona, una diferencia de grado o de naturaleza? Dicho mal y pronto, ¿Cómo podríamos distinguir si un pensamiento fue producido por una inteligencia artificial o una persona? ¿Podríamos llamar al producto de la inteligencia artificial <<pensamiento>> si acaso fuera diferente al pensamiento de las personas, o convendría hablar de otra cosa?

La respuesta de Benasayag, en línea con la tesis central del libro La singularidad de lo vivo, es que, en efecto, no hay posibilidad de decir que una máquina piensa, porque así como la dimensión del pensamiento en los humanos al cerebro, vector necesario pero no suficiente, la máquina no posee todo aquello que la hace pasible de pensar. Recuperando la imagen del pensamiento que Deleuze exhibió en Diferencia y Repetición y haciéndose eco del bergsonismo (de Bergson), el diálogo transita desde la más alta teoría hasta la acuciante cuestión práctica por la cual muchos de los principales promotores de ChatGPT pretendieron detener su desarrollo en un momento a causa de la imprevisibilidad del mismo.

En el mundo que habitamos ya no es posible pensar sin hacernos la pregunta por quienes pueden pensar; la reflexión tiene que conducirse necesariamente hacia la imágen que tenemos de la inteligencia en sí. Estos libros son un gérmen necesario para ello, así sea para entender el lugar que ocupamos en la cadena productora de pensamientos, como para concebir la realidad dada la posiblidad que tiene la máquina de transformarla a nuestros ojos.

 

Videodrome (1983) / de David Cronenberg

PRIMERO CONTROLA TU MENTE. DESPÚES DESTRUYE TU CUERPO.

 

Los medios físicos, las señales de televisión y el encanto analógico se transformaron en sexo y violencia; una disección de las pantallas que habitamos y las vidas que elegimos vivir en ellas. Si tal advertencia alguna vez fue un precedente, ya pasamos la fecha límite y las grandes preguntas ya no subyacen sino que gritan a lo largo de la vida cotidiana. Es tan siniestro -una mezcla visceral de lo pegajoso y lo cerebral- que su estatus como obra profética, y ahora, prácticamente como documental, es aterrador de comprender. Ya no somos seres físicos, sino manifestaciones digitales inconscientes de la información enviada constantemente a través de nuestros dispositivos personales.

Max Renn, el protagonista de la película, es un presidente de un canal de televisión de mala calidad. Desesperado por encontrar una nueva programación que atraiga a los espectadores, se cruza con "Videodrome", un programa de televisión dedicado a la tortura y el castigo gratuitos, donde ve un éxito potencial como programa en su propio canal. Sin embargo, después de que su novia audiciona para el programa y nunca regresa, Max investiga la verdad detrás de Videodrome y descubre que la violencia gráfica puede no ser tan falsa como pensaba.

El sórdido e inteligente protagonista de la película tiene cables metálicos que reemplazan venas y componentes carnosos internos: es instintivamente difícil de ver (por lo impresionante), a pesar de que suena como una representación de nuestra conexión con los teléfonos celulares y la interactividad de mundos e historias fabricados. A lo largo de sus irresistibles pasajes de fantasías y pesadillas, visiones y brillos sexuales pixelados de las pantallas de televisión, Cronenberg está con los ojos muy abiertos ante las posibilidades, y horrorizado ante el olvido: un arma de doble filo cortando a su creador y filmando las tripas a través de una cámara de video.

Max es un subversivo, pero trabaja en los niveles más bajos y sucios del entretenimiento, permitiéndose perversiones que muchos pretenden no tener (pero que sí tienen). Busca una programación extrema, sexualmente gráfica y violenta para amplificar la pornografía más clásica y la violencia que ya se está desatando en el público.

Cronenberg no crea cuentos de advertencia. No es un artista nostálgico que le teme al cambio, atemorizado por el futuro, incluso hasta cuando reconoce el horror que crea. Parece, en cambio, intrigado por las posibilidades, por las transformaciones, positivas y negativas, y crea su propio lenguaje cinematográfico. A lo largo de todas sus películas, Cronenberg no presenta futuros (o presentes) fácilmente explicables o linealmente oscuros; parece interesado en las formas de transformación psicológica, físicamente más complicadas.

Esta película sigue dando la sensación de que va a intentar decirte algo sobre la naturaleza del consumo y el acto de mirar, pero en lugar de decir "es hora de sacar los celulares/televisores", te mira directamente a los ojos y dice “viva la nueva carne” (“long live the new flesh”).

En una entrevista con Sight & Sound de 1992, Cronenberg dijo:

“Creo que el cuerpo de una persona que vive ahora es sustancialmente diferente del que vivía hace diez años. Hemos alterado la tierra, las ondas magnéticas del aire y nos hemos alterado a nosotros mismos. Creo que el cambio en sí es bastante neutral, pero contiene el potencial de ser positivo o negativo. No soy un victoriano ni un romántico que crea que estamos evolucionando de una manera inevitablemente positiva. Tampoco soy un marxista que ve la Marcha de la Historia conduciéndonos a algo grandioso y glorioso. Realmente creo que nosotros creamos nuestra propia realidad, y sólo en la mente humana existe algún tipo de juicio moral. Somos la fuente de todo juicio y por eso realmente dependerá de nosotros. Depende de nosotros decir 'Sí, esto me gusta más', y si muchos de nosotros decimos eso, entonces, por Dios, es mejor. Para mí no hay juicio externo”.

El consumo de medios a través de la televisión, los reality shows y las noticias sensacionalistas fueron y son una constante en nuestro día a día. Más ahora, fusionado con los medios de streaming, donde uno puede encontrar de todo: desde películas para televisión de los años 70 de las que uno nunca escuchó hablar, hasta consejos de adolescentes sobre cómo ponerse maquillaje en una habitación en Ohio. Hay influencers de YouTube. Turcos que viven en el medio del campo  mostrándonos cómo cosechar verduras y cocinar corderos. Hay un sinfín de pornografía y un sinfín de tipos de pornografía y violencia falsa o real, y también están los ciudadanos que graban sus vidas, desde la discusión más banal sobre su desayuno y sus gatos, hasta dramas inquietantes y políticamente importantes capturados por la cámara. También hay arte de todo tipo: fotografía, vídeo, pintura, música. Y las redes sociales. Todas las actualizaciones, discusiones, fotos, videos, amigos, “amigos”, amigos de amigos, seguidores, gifs, memes, chistes, chismes, política. Sería imposible enumerar todo esto, describir cada aspecto, todo el tejido conectivo de nuestro entorno mediático: sería como recitar el contenido de un libro de anatomía. James Woods (el actor protagonista de Videodrome) dijo que Cronenberg siempre estuvo fascinado por el deterioro de la membrana sutil entre el ser humano y su entorno. 

Es difícil no ver Videodrome como profundamente profética, yendo más allá de la ciencia ficción/horror metafórico y hacia algo más táctil. Gran parte de las ideas de Videodrome, como las alegóricas pistolas de piel y las cavidades torácicas vaginales no están muy lejos de la realidad. La convergencia con nuestros diversos dispositivos tecnológicos, repletos de entretenimiento y estímulos, obligaciones laborales por correo electrónico, discursos políticos a través de Instagram. dramas personales por Whatsapp y estafas telefónicas, me hacen pensar que, ciertamente, a veces el celular se siente como un miembro extra del cuerpo. Distinguir entre lo virtual y lo corpóreo parece, a veces, imposible.

Este mundo conectado podría concebirse como inquietante y alienante, tóxico y adictivo, o más bien como una nueva frontera llena de creatividad y fluidez, o ambas. Transformarse físicamente, ya sea mediante un dispositivo corporativo creado por Google o Apple, parece inevitable. Ahí es donde las cosas empiezan a dar miedo.