Lecciones preliminares de filosofía de las ciencias / La sociología analítica

De lo social y su problema

 

El pasado martes 5/7 se celebraron los 336 años de la publicación del que probablemente sea uno de los libros más importantes de la historia: los Philosophiæ Naturalis Principia Mathematica donde Newton inaugura un nuevo modo de comprender los movimientos del cosmos con la innovadora herramienta del cálculo diferencial. A partir de entonces, los Principia Mathematica se convertirían en un modelo ejemplar del modo en que la ciencia había de operar. Pero los estándares de esta forma de comprender el mundo darían lugar al método hipotético-deductivo que utiliza términos teóricos para entidades inobservables, de los cuales se siguen consecuencias medibles que confirman o desmienten el supuesto, con el objetivo de mostrar una regularidad de la naturaleza en una relación causal con otra cosa.

 

Son muchos los aspectos en los cuales un científico social sigue estando, en mayor o menor grado, un tanto desamparado por su propia disciplina. No sólo porque en ellas es difícil a veces vislumbrar si hay alguna regularidad o si debemos comenzar a buscar por otro sitio, sino que sucede que no siempre es tan claro qué tendríamos que ver, cual es el fenómeno a recortar por nuestro ojo. En su visión historicista de las ciencias, Kuhn da el nombre de inconmensurabilidad al hecho de que, dados dos paradigmas científicos que se suceden en el tiempo, uno y otro no pueden ponerse a dialogar entre sí. La idea es que, dada una determinada forma de categorizar el mundo, no podemos garantizar que el significado de los términos que usamos coincida con el de gente que no suscriba a esta manera de organizar sus conceptos. Un ejemplo es el de la ciencia astronómica: hacia el siglo I d.C., el sentido común de los eruditos era que el sol se comportaba como uno más de los cuerpos errantes o planetas que surcaban el cielo más acá de la bóveda celeste; aquella cota final del cosmos donde reposaban las estrellas. Hoy, con una inmensa cantidad de revoluciones cognitivas mediante, creemos otra cosa bien distinta. Decimos que el sol está en el medio (ya no del cosmos como un todo, sino sólo de nuestro pequeño orden local), y que él es una estrella, a la cual nuestro planeta orbita como uno más. 

Como se ve, el sol es un objeto sobre el cual no puede haber acuerdo si dos sujetos que pertenecen a paradigmas distintos pretenden discurrir sobre él, porque no están dispuestos a afirmar lo mismo acerca de qué es el sol. Por suerte para Kuhn y para las mal llamadas ciencias exactas o naturales, en ellas se han logrado matrices ejemplares que permiten un acuerdo intradisciplinario. El problema sobre cómo nombrar al sol es una ficción útil para ilustrar la inconmensurabilidad; no es necesario discutir que éste sea una estrella cuando se pertenece a la comunidad científica; hay un acuerdo generalizado de que así es, y todos somos capaces de entendernos cuando así hablamos. 

El problema sí se presenta, y aquí seguimos a Kuhn todavía, cuando la disciplina en la que buscamos insertar un conocimiento no tiene un paradigma que delimite unívocamente el objeto de análisis. Esto sucede, señala el filósofo estadounidense, al día de hoy en las llamadas ciencias sociales. 

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En sus Lecciones preliminares de filosofía de las ciencias Carlos Emilio Gende plantea que, dado que existe algo así como una ciencia social, y el método hipotético-deductivo que la tradición del siglo XX atribuye a las ciencias no puede utilizarse en ella, ¿qué determina que estas disciplinas sean científicas? ¿En qué grado ellas encuentran el objeto, o bien el método de estudio, lo suficientemente bien delimitado para hablar con confianza de una ciencia? Gende encuentra cuatro estrategias a la hora de pronunciarse sobre la cientificidad de las ciencias sociales:

  1. los estudios sociales no son científicos porque no han logrado aplicar -y jamás lo harán- el método hipotético-deductivo

  2. estos estudios no han madurado lo suficiente, pero si les damos tiempo lo lograran.

  3. debemos abandonar esa pretensión restrictiva y elaborar un concepto absolutamente distinto de ciencia, propio del mundo social.  Si hay dos realidades heterogéneas, la natural y la social, debería haber al menos dos métodos también heterogéneos para explicarlas: el explicativo para las primeras y el comprensivo para las segundas

  4. las ciencias sociales tienen su especificidad, resultado de que estudian un ámbito de la realidad con características distintivas respecto al mundo natural, pero ni son inmaduras ni desconocen la necesidad de contrastar empíricamente sus hipótesis, es más, lo vienen haciendo.

Ariel Dottori ensaya una respuesta a esta pregunta en su último libro La sociología analítica. El libro pretende mostrar que la desconexión entre la sociología y la filosofía analítica priva de buenas herramientas conceptuales a la primera, pues se ignora así que esta tradición filosófica tiene a lo social ineludiblemente ligado al lenguaje. Dottori señala la persistencia de este problema en su obra; ya en La realidad social en John Searle había innovado al entrelazar la realidad social con el acto lingüístico. En su nuevo libro se propone ir más allá y llevar adelante una revolución del tipo kuhneana: ‘’No se trata de re-ver viejos problemas, sino de ver nuevos problemas’’

 

Dottori nos ofrece varios desplazamientos importantes para ello. En un gesto típicamente analítico afirma que ‘’la teoría social debe conformarse con tener la capacidad de comprender problemas ‘’modestos’’ (...) por eso mismo, no resulta útil pensar en un ‘’sistema completo’’ que sea capaz de contener y explicar la totalidad de las complejidades sociales’’, para lo cual repasará los errores de Bourdieu al criticar los aportes de la filosofía analítica, y luego les dará una respuesta positiva siguiendo el modo en que, acorde a autores como Davidson, Dummett o el segundo Wittgenstein, nuestros lenguajes estructuran el mundo social.

Así, ofrecemos con estos libros un vistazo a la filosofía de las ciencias, tanto las naturales como las sociales, con un título fundamental para entender cómo es Lecciones preliminares de filosofía de las ciencias, y un cruce entre ciencia y filosofía en La sociología analítica que nos permite desplazar viejos problemas de las humanidades en vista de los significativos aportes que la sociología hasta hoy ignoró de una gran tradición filosófica que siempre tuvo por meta comprender de qué modo es posible la comunicación. 

 
 

Solaris de Tarkovsky, la historia original de Stanislaw Lem, y nuestro mundo actual que corre hacia el espacio

Solaris (1972) / de Andrei Tarkovsky

Todos escuchamos en el último tiempo que la nueva carrera espacial global está en marcha, Jeff Bezos fue al espacio como turista, estamos buscando vida en Marte, y China y Rusia se unieron para explorar la Luna. Pero si el mundo pusiera pausa un minuto y escuchara a Stanislaw Lem (1921-2006), uno de los escritores de ciencia ficción más grandes del mundo, podríamos pensar en la posibilidad de aprovechar nuestros recursos limitados para salvar la Tierra más rápido. La novela trata sobre los intentos de comunicarse con una inteligencia alienígena muy diferente a la humana: básicamente, un gigantesco océano en un planeta de un sistema binario de estrellas, el cual se presume que tiene vida y, posiblemente, inteligencia. Lem utiliza este argumento para hacer un profundo estudio de la pisquis humana, las relaciones afectivas y los límites del conocimiento científico. Lem en su novela, en realidad emitió una advertencia: no estamos en condiciones de asumir la grave responsabilidad de la exploración del espacio exterior. No en la década de 1960, no ahora, tal vez nunca. 

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En 1964, Lem publicó sus preocupaciones filosóficas en Summa Technologiae, un conjunto de ensayos sobre tecnología, evolución y cibernética. Al leerlo hoy, es sorprendente lo pertinente que es para con el presente. El autor prevé una automatización generalizada que crea un desempleo masivo, y desigualdad económica y social,  uno de los problemas más urgentes que enfrentamos hoy en día. Según el autor, cuanto más rápido avanzamos, menos control terminamos teniendo.  Su visión de la humanidad es amplia y lejana, como si se distinguiera desde una cápsula a años luz de distancia. Desde una distancia tan grande, nuestros logros parecen insignificantes. Casi que erradicamos por completo la poliomielitis, pero no el hambre. Vivimos más tiempo, pero contaminamos mucho más. En su libro, Lem se preocupa por la arrogancia incurable de los humanos.

Habiendo atravesado una pandemia por un virus que afectó al mundo entero, un calentamiento global que avanza y avanza, frente a una exploración espacial, dirigida por los que gobiernan el mundo desde la tecnología, como Jeff Bezos y Elon Musk, cada vez nos acercamos más a la idea de una carrera tecno-militar por la dominación mundial. La novela de Lem no estaba tan lejos de esta realidad.

Al pensar Solaris en relación a la ciencia ficción es necesario interpretarla a través de una lógica poética que trasciende a la ciencia en sí, y que refiere a un universo fantástico, de ensoñaciones y recuerdos, pero que a su vez habita desde lo más simple y elemental que habla de la subjetividad y espiritualidad del ser humano. Esta percepción diferente del tiempo y del espacio se construye en el film a través de distintos recursos cinematográficos como los cambios lumínicos y de color a la hora de representar espacios que afectan a los personajes de forma diferente, así como la duración de los sonidos, el tiempo de las palabras y las imágenes. Entonces, lo fantástico se construye en función de lo poético como elemento que se desprende de esa realidad, y de la relación de los personajes con esos espacios que habitan. Un lugar misterioso que materializa los deseos más profundos de los personajes, a través de un viaje por el tiempo y el espacio, por la propia mente, donde se enfrentan a sí mismos y cuestionan aspectos esenciales sobre la humanidad: el deseo, la soledad, el encierro, la fe, la esperanza, la muerte. La ciencia ficción en el film no tiene que ver con un tiempo futuro, con otras tecnologías, con anomalías propias de otros universos, sino que se observa a través de una poética ligada a lo emocional, a lo terrenal y material del mundo, a la incertidumbre, al abismo, a la catástrofe, ya no de lo externo, sino de aquello que sucede en uno. Tarkovski traduce el plano fantástico de la ciencia ficción en las imaginaciones de sus personajes, de mundos internos, de angustias que se plasman en imágenes mentales, profundas, como caminos para enfrentar los problemas.

Tanto Lem como Tarkovsky nos están mostrando que el espacio exterior es, al final, el espacio interior. Nos plantean un viaje poético hacia una crisis espiritual y política como sociedad: un mundo en el que hemos perdido la fe. La fe en el cambio, la fe en la posibilidad de construir un mundo mejor, y quedamos presos por los temores, las angustias, o el simple deseo vano y superfluo. A través de elementos que transgreden las convenciones formales, como la discontinuidad del tiempo y el espacio, a través de lo onírico, nos introduce en un mundo no lineal que a veces pasa lento y otras veces da vueltas sobre sí mismo, como una metáfora de la vida. Sumerge al espectador en un montaje inmerso en la subjetividad de los personajes, re-apropiándose de un género como lo es la ciencia ficción, e inmiscuyendo sus huellas autorales. Los ejes de autoría, género, y montaje, se deslindan y se fusionan hacia un mismo punto: en nuestra habitación mental, somos presos de nuestros deseos y del tiempo.

“La ciencia no nos dice por qué”, le dice a Kelvin el científico superviviente de Solaris. La ciencia es insatisfactoria, no nos da todas las respuestas que buscamos. Pero nadie está preparado para no creer en nada. Tarkovsky hace que su explorador regrese a casa, a las tierras de su infancia que emanan una quietud y una calma sublime. El viajero de Lem, en cambio, resiste en el espacio, solo. ¿Qué está esperando? Cualquier cosa. Creer en algo.