LUGARES DE DIABLOS. Tensiones del espacio y la memoria / GORDILLO GASTON
El Chaco occidental argentino está dominado por un paisaje llano, monótono y a menudo sobrecogedor: el monte. Los caminos de tierra que atraviesan la región están rodeados por una masa compacta de árboles, cardones y arbustos y por momentos parecen débiles marcas que intentan evitar que la naturaleza lo invada todo. Dondequiera que uno mire, un denso conglomerado vegetal de entre seis y diez metros de alto crece sobre un suelo seco y polvoriento. En el noroeste de la provincia de Formosa, uno de esos caminos abiertos en el monte termina cerca de la frontera con el Paraguay. Allí, al sur del bañado formado por el río Pilcomayo, una docena de comunidades tobas rompen por momentos la hegemonía del monte pero también se subordinan a su presencia. Desde sus hogares, mientras conversan cerca de una fogata, fabrican artesanías o cocinan, mujeres y hombres pueden ver la vegetación que los rodea. La mayoría de ellos se interna a menudo en el monte para buscar miel, frutos silvestres o leña, para cazar, visitar sus cercos agrícolas o ir a pescar al bañado y muchos de sus recuerdos, anécdotas y conversaciones giran de un modo u otro en torno a este lugar.
