Que digan donde están: una historia de los derechos humanos en Argentina / Micropolítica del terror y la resistencia / La resistencia: formas de libertad en John Locke

 

La situación que se vive en Jujuy ha cooptado la atención nacional, tanto por los agenciamientos políticos que hace posible a nivel partidario (cuya fórmula lingüística más corriente posiblemente sea: el modo de operar del gobierno de Morales es un adelanto de aquello que hará JxC a nivel nacional en caso de ganar las elecciones; valorada positiva o negativamente según el enunciatario de la misma) que siempre tiende a darle una plusvalía de visibilidad a cualquier conflicto que acaezca en un año electoral, como por la forma en que se ordenaron los elementos tanto represivos como contestatarios en la vía pública. 

La historia argentina es pródiga en el uso de la fuerza, según señala Luciano Alonso en Que digan dónde están. Una historia de los derechos humanos en Argentina. Aún más, encuentra que la violencia represiva funcionó en toda América Latina durante mediados del siglo XX como Deus ex machina para dar resolución a todo conflicto social y político. En su libro será por ello central la pregunta de por qué hubo en Argentina un movimiento de derechos humanos con las características únicas a nivel continental que este tuvo, si compartimos con nuestros vecinos una represión semejante sobre nosotros. El autor señala en este sentido dos hitos o características importantes de nuestra historia, que favorecieron la conformación de estos movimientos: uno, ‘’El régimen de violencia aplicado en Argentina para la represión y el exterminio de los opositores’’, y también ‘’las peculiaridades de una combinación compleja de capacidades que se ensamblaron en las actitudes reactivas frente a ese régimen de violencia’’.

 

Aquel régimen implicaba, dice Alonso, actuar con violencia para modificar las condiciones sociales, económicas y políticas que habían permitido mayor participación popular. A su vez, las capacidades que tenían los agentes reactivos se combinaron en formas nuevas de comunidad y agrupaciones que se desvincularon de la izquierda peronista y marxista, con una escasa ordenación jerárquica al interior de ellos, en virtud de una construcción simbólica alrededor del discurso sobre los derechos humanos. La pregunta que podría aparecer es: ¿Es realmente distinta la situación así descrita a la que viven hoy lxs jujeñxs luego de la reforma constitucional que quiere imponer Morales? 

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Lo cierto es que por más coincidencias que se acumulen, es vano postular la similitud entre dos eventos para pensarlos como uno solo, cuando la historia tiende a diferenciar hasta la particularidad más absoluta de cada acontecimiento. No sólo está lejos de ser cómico; es implausible que lo que sucede en Jujuy sea siquiera una repetición de lo que sucedió en Argentina entre 1974-1979, período en el que Alonso describe la tensión que hace surgir a estos agentes reactivos que conformarían las agrupaciones de derechos humanos. Y sin embargo…

 

Autos sin patente llevan manifestantes al penal de Alto Comedero, policías vestidos de civil realizan diversas tareas de inteligencia infiltrados entre la gente, golpes a transeúntes de todo tipo, torturas a individuos detenidos; son muchos los recursos que utilizan hoy las fuerzas armadas de Jujuy y que conocernos bien. Analogías semejantes pueden hacerse entre quienes ejercen la resistencia frente a ello, tanto por los reclamos que hoy tienen como por la construcción que sobre ellos hace el aparato productor de sentido que tiene el gobierno de Jujuy a mano.

Querríamos reconocer al menos una cosa: si bien esta historia no se repite, es evidente que aún no está cerrada. El libro de Alonso no trata de un período clausurado; los derechos humanos están pidiéndonos que aún hoy seamos capaces de entender qué redes hay que conformar para defenderlos, que sepamos dónde buscar lecturas que hagan más robustos a nuestros conocimientos sobre el tema. Jujuy nos exige hoy que así actuemos; reinventando textos y herramientas que permitan transformar la manera en que nos paramos ante un gobierno que actúa del modo en que lo hace el de Morales.

 

Micropolítica del terror y la resistencia / de Manolo Vela Castañeda

Otra de nuestras novedades tiene la virtud de ayudarnos a hacer tal cosa. Se trata de Micropolítica del terror y la resistencia, de Manolo Vela Castañeda. El libro dedica sus primeros tres capítulos a hacer una descripción técnica del funcionamiento de los centros clandestinos y los escuadrones de la muerte; es recién sobre el final del tercero que puede tematizar finalmente cómo resisten los militantes ahí recluidos, y, extendiendo aún más el rango de aplicación de la resistencia, cómo lo hacen una vez que salieron. Vela Castañeda se empeña así en categorizar resistencias posibles; encuentra un modo de ejercerla en los ‘pequeños gestos’, en la organización de los objetivos y los planes que en los ‘instantes decisivos’ del cautiverio podían lograrse, en los engaños, no sólo aquellos furtivos donde el prisionero compraba para sí algo de tiempo: también en la más rotunda sinceridad al interior de una mentira elaborada se encuentra un gesto de profunda resistencia, como es el caso de Octavio Molina, citado por el autor:

 

‘’...recuerda que, con el propósito de presentarlo ante líderes comunitarios, a él lo llevaron a Santiago Atitlán, un municipio en el cual había pobladores que eran simpatizantes o colaboradores de grupos de la guerrilla. A Octavio lo llevaron aquella mañana a una típica operación de propaganda. Lo presentaron como alguien que, habiendo estado con la guerrilla, estaba ahora arrepentido. El capturado daba un discurso, previamente preparado y ensayado, donde comunicaba esas ideas. Entonces, nos dice Octavio: ‘’Yo tuve que hacer que estaba bien con el Ejército’’. Pero allí mismo, ‘’aproveché un momentito, para decirle a alguien, en cuestión de segundos: ‘Mire, yo estoy capturado’. Esas fueron las palabras que le dije, de modo que supieran que no estaba ahí por mi gusto’’

 

Pero no todo es nuevo bajo el sol, y podemos rastrear la resistencia como noción política en escritos mucho más antiguos que estos recientemente publicados; en 2015 Prometeo editó, en el marco de la colección de pensamiento clásico contemporáneo, el libro La Resistencia, formas de libertad en John Locke, un libro de Diego Fernández Peychaux, que ‘’propone una lectura crítica de la obra de John Locke a partir del debate sobre el vínculo entre la libertad política y la resistencia’’, afirmando que ‘’ser libre en términos políticos recurre, en Locke, a dos formas diversas y en tensión: la independencia y la resistencia’’. La tensión referida apunta nuestra mirada a una suerte de dicotomía interesante: en tanto independencia, la libertad enfatiza la dimensión individual de la vida cívica, puesta en primer plano con el ascenso de la burguesía y la construcción teórica del sujeto y del derecho natural. Por su parte, la libertad como resistencia es un derecho posterior al pacto social, cuyo empleo ‘’se requiere explicitar cuándo y quiénes pueden demandar la efectividad del límite congénito del contrato’’. Se entiende que una vez que la mancomunidad de hombres libres ha cedido parte de su libertad individual al ponerse a sí mismo ‘’bajo la obligación con respecto a sí mismo y a todos los miembros de ese cuerpo, de someterse a las decisiones de la mayoría’’, la resistencia de un individuo no es más que la resistencia ante la Ley, y como tal contraria al sentido y la utilidad del pacto social. 

 

Lo que no se entiende de suyo en este esquema es entonces el cómo y el cuándo la resistencia es legítima dentro de un orden social determinado. ¿Podría argüirse que en tal resistencia está legitimada cuando el orden social no fue pactado, como puede ser el caso ya mencionado de Octavio Molina, quien como ciudadano tiene que acatar decisiones que no son de la mayoría sino de un gobierno de facto? Tal proposición no debería resultar difícil de afirmar. Pero los regímenes y la historia son vastos, podríamos repensar o plantear una diversidad de escenarios donde la legitimidad de la resistencia no esté dada con tanta claridad. Para pensarlos es que necesitamos libros como estos, que la vean en acto, como Micropolítica del Terror y la Resistencia, para plantear el modo en que esta existe y cómo se la puede ejercer, según hace Una teoría de la acción no violenta, o para ver, con La Resistencia los límites jurídicos y sociales que ésta precisa para poder ser, según Locke, debidamente aplicada por un conjunto del cuerpo social que encuentra en el pacto una disonancia respecto de la verdadera voluntad general.