Nueva York Gay / Ritos de virilidad en la adolescencia

Nueva York Gay

Género, cultura urbana y conformación del mundo gay masculino (1890-1940) / de George Chauncey

Hacia 2010, cuando la agenda pública argentina discutía el derecho ciudadano a ser homosexual, se podía escuchar o leer la opinión de que más allá de cualquier elemento indignante o inaceptable del universo gay, lo que realmente no podía aceptarse es la publicidad del carácter homoerótico o afectivo.

¿Cómo se lo voy a explicar a mis hijos?, se preguntaba escandalizada mucha gente. Bajo esta lógica, podríamos pensar que la publicidad del afecto en el caso de una pareja homosexual es un derecho ganada, en una suerte de línea progresiva que parte de la máxima privacidad, fruto de una total censura para las sexualidades disidentes, hacia una publicidad inherente a la aceptación social de estas relaciones.

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Nueva York Gay nos cuenta la historia de cómo se conformó el universo gay masculino de la gran manzana en la primera mitad del siglo XX, y con ello nos muestra la errata de pensar la liberación sexual en término de una historia lineal que gana progresivamente publicidad. La idea detrás de que a una prohibición social puede responderse de otra forma que recluyéndose parece echar raíces en una noción común de cierto anonimato del individuo cuanto este se encuentra en medio de las masas,  perdido y escondido a plena vista en medio de la urbe. Dice Chauncey que los parques de la ciudad estaban entre los puntos de encuentro más populares –y más seguros- para las personas gays de Nueva York; los hombres iban allí para encontrarse con amigos y para buscar compañeros sexuales (o ‘’salir de gira’’ como decían en los años veinte)’’, generándose encuentros espontáneos en la vía pública que hacían a la emergencia de un nuevo campo social que no tenía donde congregarse; las calles, al igual que los parques y las playas, funcionaron como centros sociales, zonas para salir de gira y puntos de encuentros secretos. También cita testimonios de quienes vivieron el azar de esos encuentros en el seno mismo de masivas congregaciones

Era 1927, dos o tres días antes del gran desfile para recibir a Lindbergh, que regresaba de su vuelo a París, y ya habían colocado las gradas. Allí conocí a un hombre y nos pusimos a conversar. Era un hombre de Harvard y daba clases de ética cultural. Y ese fue el mejor contacto que hice: él y yo tuvimos un romance maravilloso’’.

 
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Entre los motivos que encuentra el autor para que la comunidad homosexual debiera encontrarse en la vía pública, se encuentra el hecho (extensible a otras comunidades, según señala) de que, perteneciendo ellos a la clase trabajadora, vivían hacinados en pensiones y albergues donde la privacidad se veía truncada en la propia habitación.

Este es uno de los ejes del libro, que tiene como objetivo desarmar tres grandes mitos alrededor de la cultura gay del período, que sintetiza muy bien esta nota: ‘’“mito del aislamiento”, “mito de la invisibilidad” y “mito de la internalización”. El primero se refiere a la idea de que la hostilidad reinante impidió el desarrollo de una subcultura gay; el segundo, a que aislados e invisibles era imposible que los hombres gays se encontraran; y, el tercero, a que los hombres gays internalizaban de manera acrítica la cultura dominante que los tildaba de enfermos.’’.

 

Junto con esta, desde Prometeo traemos otra novedad para segur pensando los universos que habitamos y las condiciones (e imposiciones para) del desarrollo personal de los individuos: Ritos de virilidad en la adolescencia, escrita por un viejo amigo de la casa, el impostergable David Le Breton.

Si en New York Gay encontramos un despliegue histórico de la conformación de un grupo social disidente, en Ritos de virilidad podríamos decir que aparece el revés de esta misma normatividad excluyente. Cada capítulo del libro lleva por nombre un rito de iniciación a la masculinidad; desde las chicas como desafíos de poder hasta la indiferencia hacia la crueldad, pasando por la necesidad de mostrarse frente a quienes tienen que legitimar al varón como un par que cristaliza la serie Jackass, pocos aspectos de la vida juvenil le son opacos al sociólogo.

Ambos libros tienen propuestas distintas para quienes los leemos, pero pueden de igual manera llevarnos a repensar quienes somos a la luz de las oportunidades e imposiciones que tuvimos para juntarnos y generar una comunidad. 

 

THÉO & HUGO: PARÍS 5:59 /

de Olivier DucastelJacques Martineau (2016)

Théo y Hugo se encuentran en un club sexual. Hablan, las cosas se desdibujan en la nebulosidad del deseo desenfrenado, y luego toman forma por un momento mientras su mirada se encuentra antes de que reanuden su exploración y se pierdan de nuevo.

Contado en tiempo real tras una orgía y entre las tiernas horas de la madrugada de 04:27 a 05:59 se abre en un club de sexo gay parisino durante 18 minutos ininterrumpidos una mezcla heterogénea de cuerpos masculinos ágiles y lujuriosos.  Los cuerpos masculinos sólo están vestidos por la teatral iluminación roja y azul mientras jadean como bestias hambrientas. La circularidad inherente al cruising se descarrila cuando se encienden chispas románticas en medio de la orgía. Théo  y Hugo se miran a los ojos y, de repente, todos los demás cuerpos en la sala son degradados a jugadores de apoyo o testigos de su conexión inmediata. Si la banalidad del hedonismo que representa el club de sexo pertenece a un mundo gay cosmopolita paralelo donde las necesidades carnales siempre van a ser gratificadas, ese mundo también se rige por otro tipo de temporalidad.

Théo y Hugo abandonan el club y deambulan por las calles como adormecidos por la preciosa rareza de su encuentro. La orgía, el ejercicio más descarado de placer por el placer, en realidad ha producido algo que puede sobrevivir al acto sexual. En este caso, sin embargo, más de lo que esperaban, ya que Hugo es 0+ y Théo admite haber tenido relaciones sin preservativo. Las velocidades contradictorias del deseo gay: los directores del film entienden la propensión a las revoluciones absolutas que las salas de sexo aisladas parecen fomentar (uno puede enamorarse y desenamorarse un millón de veces en tan sólo unas pocas horas), así como la brevedad de la dicha gay, tan fácilmente desmantelada por un mundo que conspira contra su longevidad a través de la enfermedad, la invisibilidad y la sobreabundancia de cuerpos musculosos felices de actuar.

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